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El hombre, cuando es formado tempranamente en el valor de la vida, tiene elementos para la realización de la propia libertad y puede hacer que el mundo sea más justo. Un mundo, que reconozca la igualdad en dignidad y que respete la vida de todos.
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Con fino sentido de adaptación, a ejemplo de san Pablo, Brochero supo “hacerse todo para todos para ganarlos a todos para Jesucristo”. A lomo de mula recorría incansable los senderos montañosos y los caminos polvorientos de los llanos y sierras cordobeses: para asistir a los enfermos y moribundos, para predicar la palabra divina, para atraer las ovejas descarriadas a la práctica del bien y de la virtud. Sabía meterse a fondo en esas almas sencillas.
Brochero tenía el don de la conversación y lo amoldó al modo de ser gaucho. Unía a su léxico y a su valentía la ironía, la espontaneidad, la ocurrencia “paisana”. Y por encima de todo predicaba con el ejemplo: vivía para los demás. «Los filósofos necesitaron, para la difusión de sus doctrinas, el ‘Pórtico’ y ‘la Escuela’, instalados en el corazón de civilizaciones gloriosas; Brochero tuvo por cátedra el lomo de su mula».